Había una vez un león que era el Rey de la selva. Era un Rey justo que siempre buscaba el bien de su pueblo. Un día se le ocurrió una brillante idea. Formar un equipo de futbol para jugar con los países vecinos y pasarlo bien. Así que rápidamente fue por la selva para elegir a sus jugadores.
Paso por una pradera y vio a una jirafa. Pienso que jugaría muy bien de cabeza y la ficho para el equipo. Luego vio a un oso enorme que haría muy bien de portero y también lo ficho. Vio a una gacela y un leopardo corriendo veloces como un rayo y pensó que serian los mejores delanteros para el equipo y los eligió. Y así fue escogiendo a sus jugadores según veía sus cualidades. A los monos y al tigre para ocupar el centro del campo. Un elefante y un rinoceronte para la defensa. Una liebre para hacer los regates. Al final, después de mucho buscar, consiguió completar un equipo de once jugadores.
Pero el primer día de entrenamiento fue un desastre. El leopardo quería comerse la gacela. El oso quería atrapar a los monos. El elefante y el rinoceronte no paraban de pelearse. La liebre huía a toda prisa del tigre. Aquello no podía seguir así. El Rey, que era el entrenador, pito muy fuerte su silbato y les hizo parar. Se había dado cuenta de que no se querían entre ellos por ser diferentes unos de otros.
Así que, antes de enseñarles a jugar al futbol, les enseño a convivir juntos en paz para respetarse y aceptarse tal como eran. Si no, el equipo no funcionaria. Después de muchos días de entrenarse solo en esto, llegaron a ser grandes amigos.
Entonces es cuando empezaron a jugar al futbol. Y se lo pasaron tan bien aprendiendo este deporte, que llegaron a ser uno de los mejores equipos. Todo el mundo, el verles jugar, se admiraban de lo bien que lo hacían. Y cuando les preguntaban por qué jugaban tan bien, ellos constataban:
“somos buenos amigos y cada uno aporta al equipo lo mejor que sabe hacer.”
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